Dialogo en la Familia

EL DIALOGO
Aunque existen diferentes tipos y niveles de comunicación, como la charla informal, la discusión, la información, la persuasión y el interrogatorio, el diálogo constituye la mejor forma de comunicarse con otra persona.
El dialogo es el encuentro personal y dinámico entre dos seres que se dan y reciben mutuamente. No se trata simplemente de la comunicación puramente funcional que se da en el ejercicio de determinados roles, como el supervisor y el de obrero, por ejemplo, sino en de una relación que compromete a la persona para transmitir y recibir de aquello que le es mas caro: sus opiniones, sus sentimientos, sus actitudes, sus convicciones, sus valores, sus ideas, sus inquietudes, etc...
CUALES SON LOS REQUISITOS
PARA QUE SE DE EL DIALOGO
  • La reciprocidad y la libertad: Desarrollar la confianza en sí mismo y la autoestima gracias a las manifestaciones de amor y de reconocimiento que colman sus necesidades afectivas básicas: necesidad de afecto, necesidad de aceptación y necesidad de seguridad.
  • El afecto: Los padres afectuosos proporcionan un bienestar físico y emocional a los niños. Esto es muy importante y afecta a las dimensiones anteriores.
  • El respeto: Los padres que exigen altos niveles de madurez a sus hijos son los que les presionan y animan para desempeñar al máximo sus cualidades. Los que no plantean retos acostumbran a subestimar las competencias del niño o piensan en dejar que “el desarrollo siga su curso”.
  • La capacidad de escuchar: Los padres que ejercen mucho control sobre sus hijos son los que tratan de inculcarles unos estándares. Este controlo lo pueden ejercer mediante la afirmación de poder (castigo físico, amenaza, etc.); la retirada de afecto (para expresar el enfado, decepción, etc.) o la inducción (hacer reflexionar al niño sobre el por qué de su acción y las consecuencias que ésta tiene).
  • La comprensión: Los padres altamente comunicativos utilizan el razonamiento para obtener la conformidad del niño (explican el por qué del “castigo”, le piden opinión, etc.) mientras que los no comunicativos son los que no hacen estos razonamientos, los que acceden a los llantos de los niños o usan la técnica de la distracción.
  • La confianza: la fe en el interlocutor, es decir la confianza que este tenga para poderle hablar, si esto no se llega a dar, no hay dialogo.
  • La voluntad: Es crucial, al emprender este camino, tener en claro cuáles son los ideales y sueños personales de la pareja. Pero fundamentalmente establecer y detallar sinceramente los propios, algo que no todas las personas que llegan al matrimonio tienen muy en claro; a veces por la considerable juventud, o por no quedar solos luego de haber pasado los 30 años; a veces por desidia, para escapar de alguna problemática familiar, o por interés económico. Lo importante es que sea por mantener, y sobre todo, engrandecer el verdadero amor. Mantener la comunicación de los cónyuges es esencial, no solo al inicio, sino también tratar de mantenerla siempre ya que la comunicación es la base primordial para estabilizar la relación en todo momento, para compartir problemas y alegrías, sin hipocresías ni envidias.
EL DIALOGO EN LA FAMILIA
Aunque los orígenes sociales están ciertamente “perdidos en el misterio”, resulta seguro decir que casi en todas partes  la formación de  instituciones comenzó con la familia. En todas las sociedades a lo largo de la historia humana, las familias han sido el principal vehículo de identidad de grupo y el principal receptáculo de los intereses creados. Es indispensable tener en cuenta que la etapa inicial en la formación de toda persona se produce en el hogar, en el seno de la familia. Los valores se captan por primera vez en la infancia; se sigue el ejemplo de los mayores y se inician los hábitos que luego conformarán la conducta y afianzarán la personalidad.
Este período inicial de la vida determina los trayectos del posterior comportamiento moral; donde tendremos arraigadas, o no, las nociones del bien y del mal. Más tarde, la convivencia con los diversos ambientes con los que nos interrelacionemos como: la escuela primaria, las amistades, la enseñanza secundaria y superior, el trabajo, etc.; irán moldeando las actitudes individuales de cada persona. Pero ante todo, lo realmente importante es la inevitable y grandiosa tarea de formarlos con todo el soporte de valores y principios cristianos que a su vez legarán a las generaciones del mañana.
El ambiente familiar no es fruto de la casualidad ni de la suerte. Es consecuencia de las aportaciones de todos los que forman la familia y especialmente de los padres. Los que integran la familia crean el ambiente y pueden modificarlo y de la misma manera, el ambiente familiar debe tener la capacidad de modificar las conductas erróneas de nuestros hijos y de potenciar al máximo aquellas que se consideran correctas.
Para que el ambiente familiar pueda influir correctamente a los niños que viven en su seno, es fundamental que los siguientes elementos tengan una presencia importante y que puedan disfrutar del suficiente espacio:
  • AMOR
  • AUTORIDAD PARTICIPATIVA
  • INTENCIÓN DE SERVICIO
  • TRATO POSITIVO
  • TIEMPO DE CONVIVENCIA
  • El entrecruzamiento de estas situaciones es lo que convierte a la paternidad (maternidad) y a la filiación, en un abanico de posibilidades en las que no hay una fórmula establecida, ya que en la continuidad del ejercicio de estas funciones se aprende a ser padres. Un hijo nos abre a nuevas y múltiples situaciones emocionales, que incluyen el amor, el dolor, la desesperación, la ilusión, la angustia, el temor, la desconfianza, la sinceridad, la alegría, la honestidad, el desconcierto, la incertidumbre, la esperanza, el entusiasmo, la seguridad, la intimidad, la libertad, la cordialidad, la franqueza, etc.
    Los padres debieran ser del “modelo dialogantes”, aprendiendo a escuchar los mensajes de su hijo, que guarden en su interior la capacidad de recrear el presente mediante el humor; los juegos; la sana complicidad, y muchos otros ingredientes como: habilidad, inteligencia, disposición, experiencia, autoridad, comprensión y carácter, para aceptar las equivocaciones y logros, y sin perder el sentido de sus propósitos e ideales con respecto a su vástago.
    Dedicar tiempo a hablar con nuestros hijos no es fácil; no sólo la falta de tiempo, de costumbre o de hábitos, sino también la dificultad intrínseca de comunicarse con un adolescente, pueden restar espacios y momentos para comunicarnos con ellos. Pero aquí nos encontramos con una serie de problemas porque la comunicación en la familia, en la sociedad en la que estamos viviendo, se ve alterada o deteriorada por múltiples factores sociales, que no se deben a los padres, ni a los hijos, sino a nuestro contexto social. Por un lado tenemos el estilo de vida de la sociedad occidental, el trabajo, el estrés, el que tengamos que estar en una situación de exceso de esfuerzo en muchos casos o de preocupaciones laborales que hacen que gran parte de la energía de los padres vaya dirigida al área laboral. Por otro lado tenemos el aprendizaje que los padres hemos realizado en nuestras familias de origen. Puede ser que en nuestras familias los padres hablaran con los hijos, se favoreciera un diálogo cercano, y ahora los padres actuales traen un bagaje cultural y humano que les resulta más fácil de transmitir a sus hijos. Pero también nos vamos a encontrar con padres que vienen de familias autoritarias, de familias en las que el padre ordenaba y mandaba pero no se comunicaba apenas con los hijos, o en las que los padres estaban demasiado ocupados en la subsistencia de la familia por dificultades sociales y económicas importantes. Por estos u otros factores habrá padres que no tuvieron experiencias de comunicación con sus propios padres. Desgraciadamente no se nos educa para ser padres y tendremos la necesidad y la obligación de desarrollar una serie de funciones y tareas para las que no hemos sido entrenados adecuadamente.

    Comunicación en la adolescencia

    Ya hemos visto cómo en el adolescente se producen una serie de cambios importantes. El adolescente atraviesa por una crisis en la cual debe hacer ese pasaje de niño a adulto, que no siempre es fácil, y que implica muchas contradicciones, mucha confusión, y una lucha entre la necesidad que tienen de dependencia y la necesidad de autoafirmación e independencia. Todo eso hace que el comunicarse con un adolescente sea bastante difícil, porque va a ser esquivo, va a querer que nos ocupemos de él, que hablemos con él, pero no puede reconocer esa necesidad porque la equipara a la dependencia infantil y quiere hacerse adulto. La adolescencia de los hijos es sumamente difícil para los padres.

    Incluso aquellos que han estado en contacto muy directo y han hablado en confianza con ellos, se van a encontrar con dificultades serias para entablar una conversación y si antes no había una comunicación adecuada, resultará mucho más difícil.

    Tarea de los padres

    Vamos a destacar en primer lugar los roles sociales que han aprendido los padres para ejercer sus funciones como tales en el seno de su familia. Existen dos tipos de roles fundamentales: el rol instrumental y el rol expresivo. La persona que está funcionando de acuerdo con el rol instrumental, se va a regir por el intelecto, la razón... va a buscar soluciones a los problemas, se va a centrar en lo material. Lo material, no en el sentido económico únicamente, sino en el sentido de las necesidades materiales, de las cosas concretas, de la operatividad cara a conseguir los objetivos. Este rol va a determinar que el funcionamiento sea más frío y práctico.

    El rol expresivo se relaciona con el mundo emocional y la persona que funciona de acuerdo con este rol va a atender a las necesidades afectivas del otro, va a ocuparse del cuidado del otro, de proveerle de contención emocional, apoyo, escucha, va a tener una actitud empática frente a las dificultades y vivencias del otro; es decir, de calidez y cercanía, que ofrece cobijo emocional, escucha cálida que nos ayuda a desahogarnos, a sentirnos comprendidos. A la hora de plantearnos la comunicación en el seno de la familia, el conocer estos aspectos es muy importante porque es necesario que los padres vean cómo ellos se han ido desarrollando en sus funciones de padres, qué posturas han ido adoptando, cómo les pueden estar percibiendo sus hijos.

    Y que todo esto no lleve a una culpabilización de "No he sabido hacer de padre con mis hijos", o a una culpabilización del otro : "Es que su madre está demasiado encima de ellos", "Es que su padre no sabe cómo hablar a sus hijos, está muy distante, no se ocupa..." Porque todo esto va a llevar a favorecer que estos padres se vuelvan inefectivos".

    Coherencia ante los hijos

    Los padres deben presentar a los hijos un frente común. Entre ellos dos deben apoyarse para desarrollar las funciones parentales y conviene que vayan centrándose en sus capacidades, no en sus deficiencias porque esto los hará más ineficaces. Conviene que los padres puedan recordar cómo fueron ellos cuando eran adolescentes, cómo era la relación con sus padres. Pero no sólo: "Mi padre hacía esto, hacía lo otro y entonces yo tengo que hacer lo mismo", porque la sociedad es diferente ahora, los valores son diferentes, los jóvenes son diferentes, y quizás los modelos anteriores no valgan.

    Lo importante es que recuerden cómo se sentían con sus propios padres cuando eran adolescentes; no sólo cómo los veían actuar, sino cómo se sentían al ver cómo actuaban ellos; cómo les hubiera gustado que actuaran o qué conductas de ellos les gustaban y cuáles no. Esto les puede poner como padres en una posición de escucha de las necesidades de sus hijos.

    Un desafío

    Todo esto nos puede situar ante un desafío consistente en cómo conseguir acercarme a mi hijo, cómo conseguir relacionarme con mi hijo adolescente que necesita pelear conmigo, afirmarse frente a mí, diferenciarse pero que a la vez me está necesitando cómo padre, como madre, como alguien que le escuche y le comprenda, que le ayude a orientarse en la vida, muchas veces sin poderlo reconocer, ofreciendo resistencia.

    Realmente para los padres es muy difícil en muchos casos intentar acercarse a sus hijos, que pueden mirarle de un modo despreciativo, (eres un carroza, eres un antiguo, "Lo que tú sabes no me sirve para nada"). Intentar no sólo que nos escuche, sino que nos hable de cómo se siente, cómo vive la vida, cuáles son sus valores; que realmente podamos estar en contacto con lo que es la experiencia vital de nuestros hijos, especialmente de nuestros hijos adolescentes. Esta es la base para poder hablar de drogas con ellos.

    El poder relacionarnos con nuestros hijos, en principio hablando de otros temas, de sus diversiones, sus aficiones, sus amistades. No en plan de escudriñar qué aspectos problemáticos puede haber, no queriendo dictaminar si sus amistades son convenientes o no, porque inmediatamente se van a cerrar, se van a cerrar en sus amistades, se van a aislar de nosotros y vamos a perder oportunidades de tener información sobre nuestros hijos, de poderles orientar y ayudar.

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